En la vida se toma partido por todo y para todo. A veces sin saberlo, sin darse cuenta. En el fútbol, en la competición, en la calle, en el trabajo, viendo la tele. Nos cae bien o mal alguien y tomamos posición. Muchas veces atendiendo a impulsos incontrolados e inexplicables. A veces por simpatía hacia el débil. A veces por llevar la contraria.
Pero es un hecho que cada día decidimos, tomamos posición y actuamos en consecuencia. Que se lo digan si no a los aficionados del Barça y del Madrid un lunes después del partido de la máxima. Unos se esconden y otros pasean con orgullo, luciendo moral de victoria por algo que ellos simplemente han visto. Por fortuna, esa posición no suele llevar más allá de un simple comportamiento delineado.
Pero, pero ... Hay veces que tomar partido exige atención, madurez, sentido común y la certidumbre de que hagas lo que hagas acabará provocando un daño o una rotura que no tendrán vuelta atrás. Lo peor es cuando eso sucede y no hay alternativa posible. Me refiero a conflictos familiares. Divorcios, separaciones, trifulcas familiares por causa de negocios. Y ahí no valen las medias tintas ni la equidistancia que gusta a tantos. Aunque haya intención de hacer las cosas civilizadamente.
Porque los protagonistas no te lo pondrán fácil. O estás conmigo, o estás contra mi. Dentro de tí se alza dolor, porque sabes que ya nada volverá a ser igual.
Y lo peor, que uno u otro ganará, mientras el otro pierde y se hunde. Porque en esos conflictos las tablas no existen. Hay guerra, a menudo se juega sucio, salen los bajos instintos en los protagonistas y en "bichos" cercanos, y la historia no para hasta que una de las dos partes agacha las orejas y silenciosamente se retira para regocijo del oponente, ¡antaño inseparable!
Paso ahora por un proceso familiar de estas características. Por fortuna no me afecta en primer grado, aunque me toca de cerca. Puedo decir que el conflicto empezó hace años, estalló con virulencia hace un año y creo que ha llegado la fase en que uno de los dos lleva el estoque en la mano, para entrar al descabello. Y el resultado me cabrea, me desagrada, me joroba muchísimo, porque veo que dos personas que fueron uña y carne durante tantos años se odian a muerte ahora más que nunca. Del amor al odio ... Y yo no puedo quedar en medio ni al margen. Pero la gente que lo ve de cerca toma partido, a veces con crueldad. Ignoro con qué criterio.
Muy desagradable.